FUNDACIÓN DEL MONASTERIO.

FUNDACIÓN DEL MONASTERIO.

domingo, 12 de febrero de 2017

FUNDACIÓN DE LAS AGUSTINAS DESCALZAS DE MURCIA:

En 1609 había tenido lugar la fundación de Almansa. La fundadora era Dña. Ana Galiano Pina, quien a la muerte de su marido quiso dedicar su hacienda a la dotación del convento. Tuvo el apoyo de su hermano el Lcdo. D. Lázaro Galiano Pina, presbítero, comisario del Santo Oficio de la Inquisición. El 8 de julio de 1608 el rey Felipe III daba su licencia para fundar. El obispo de Cartagena D. Francisco Martínez de Cenicero aprobó la fundación el 23 de septiembre de ese mismo año. Y, finalmente, el 6 de enero, día de los Reyes, de 1609 llegaban cuatro monjas desde Denia a Almansa y se ponía en marcha la nueva fundación. 
Las monjas eran: la Madre Francisca de San Agustín, con título de priora; la Madre Mariana de San Simeón que, por disposición del Patriarca, relevó a los pocos días en el cargo a la Madre Francisca, pasando ésta a maestra de novicias; Sor Paula de San Antonio como subpriora; y Sor Constanza de la Concepción, sacristana.


Fachada iglesia Corpus Christi
Agustinas Descalzas de Almansa (Albacete)
Así, pues, recién cumplidos los 39 años de edad, y con sólo 5 años de profesión, la Madre Mariana de San Simeón fue la encargada de conducir y acompañar en sus primeros pasos a esta nueva comunidad de Almansa, cuyo convento se llamó del Corpus Christi. 

Fueron muchos los inconvenientes y contrariedades que hubo de afrontar en Almansa; pero la Madre Mariana no se arredró, y con la ayuda de Dios y el trabajo de sus manos sacó a flote a su comunidad. Cuidó en gran manera la Madre Mariana que las que pretendían el santo hábito tuviesen verdadera vocación religiosa y dote conveniente, no consintiendo que ninguna entrase en el convento sin esos requisitos. 


En Almansa conoció a un gran sacerdote, D. Lázaro Ochoa, en quien encontraría apoyo tanto espiritual como material y sería en adelante su confesor a lo largo de más de veinte años. 


El convento de Almansa pronto se convirtió en un santuario-taller. Las monjas llegaron a trabajar la lana con verdadera pericia, puliéndola, cardándola hilándola y tejiéndola en diversas formas; de modo que todo el vestido de las religiosas se fabricaba en casa, vendían diversas prendas y aún tenían para repartir a los pobres de lo que sacaban de sus manos. Madre Mariana se esmeró más todavía en implantar la observancia religiosa, exhortándolas con palabras y ejemplos al exacto cumplimiento de la Regla y de las Constituciones. 
Arte manual de la lana

Habían transcurrido cinco años de la muerte del santo Patriarca Juan de ribera y siete de la fundación de Almansa, cuando un grupo de cuatro monjas Agustinas Descalzas, procedentes de Almansa, llegaban a fundar a Murcia. Corría el mes de febrero de 1616.
San Juan de Ribera, arzobispo de Valencia,
fundador de las Agustinas Descalzas.

Las parroquias del arciprestazdo de la ciudad de Albacete, con las de los arciprestazgos de Almansa, Casas Ibánez, Chinchilla, Hellín, Jorquera y Yeste, siempre habían formado parte de la diócesis de Cartagena. Fue en 1949, al ser creada la diócesis de Albacete, cuando estas parroquias se segregaron de la Iglesia de Cartagena. Almansa, pues, estaba dentro de la jurisdicción del obispo de Cartagena, que era, a la sazón, D. Francisco Martínez de Ceniceros (1607-1615), a quien Juan de Ribera había recomendado la fundación. El obispo conocía muy bien la fama de santidad de la Madre Mariana de San Simeón, Priora de Almansa, y él mismo lo había podido comprobar en la Visita Pastoral que realizó durante el mes de febrero de 1613.


Por otra parte, tenía conocimiento el obispo de que dos nobles damas murcianas, Dña. Luisa y Dña. Juana Fajardo y Pinelo, hijas de D. Pedro Fajardo de Escalona, del Marquesado de los Vélez, y de Dña. Brígida Pinelo de Mendoza, de noble familia genovesa, pretendían la fundación de un convento donde perpetuamente se sirviera a Dios. Nuestro obispo puso en contacto a las dos hermanas con la Madre Mariana de San Simeón, y tanto fue el entusiasmo y la insistencia del obispo que, por fin, la Madre Mariana accedió a venir a Murcia. 

El Licenciado Cascales, en “Discursos Históricos”, en 1621, siete años después de la fundación, daba escuetamente la noticia: 
"Doña Juana y Doña Luisa Fajardo, año 1616, con título y advocación de Corpus Christi, fundaron un Convento en esta Ciudad de Murcia, de Descalzas Agustinas, sujetas al Ordinario, y le dotaron con toda su hacienda, que es un mayorazgo, y hoy viven, juntamente con otras Religiosas, con muy grande ejemplo de santidad".

Pero, al igual que en Almansa, fueron muchas y graves las dificultades que se interpusieron en el camino de la fundación murciana, tanto que llegaron a hacer del todo inviable el proyecto. Entre otras cosas, vino a fallar el soporte económico, pues una de las hermanas, Dña. Juana, ante la lentitud de los acontecimientos, había ingresado en el convento de Franciscanas de Santa Isabel (las Isabelas), y Dña. Luisa ingresó como seglar en el cenobio Jerónimo de San Pablo de Toledo, aunque, al no obtener la aprobación de Roma, pronto hubo de regresar a Murcia. 

Su salida del convento de Toledo originó un largo y costoso pleito que traería muchos sinsabores en los inicios de nuestra fundación murciana. Aun así, sus bienes no eran suficientes para avalar la concesión de la preceptiva licencia real de fundación. El obispo, por otra parte, acababa de ser trasladado a la sede de Jaén (5-8-1615). Así, pues, todo quedaba en el aire. 

No obstante, el proceso de la nueva fundación seguía su curso, y el 7 de abril de 1615 se nombraron comisarios, por parte del Ayuntamiento de Murcia, a D. Juan Pérez de Tudela y a D. Antonio Melgarejo, ambos regidores, y a D. Cristóbal Cortés, jurado, para que entendieran en el asunto, cumpliendo así la Real Provisión sobre la fundación del convento, los cuales dictaminaron favorablemente, pues no hallan cosa alguna que pueda ser de daño para tercero. 

El 11 de octubre de ese mismo año de 1615, el jesuita P. Alonso de la Rúa escribía al fundador y capellán de Almansa, D. Lázaro Galiano Pina, exponiendo la situación y sugiriendo que, con el adelanto de una cantidad de dinero, podría obtenerse la licencia real para fundar.

La carta surtió efecto. El convento de Almansa adelantó el dinero y, finalmente, el 14 de enero de 1616 se conseguía la real licencia de fundación. El que habría de llevar adelante los trámites finales de la fundación, en ausencia del obispo, fue el Dr. Juan de Mendieta, Provisor del Obispado y Gobernador Eclesiástico. 

El domingo día 21 de febrero de 1616 llegaban a Murcia las primeras monjas agustinas. Venían la Madre Mariana de San Simeón, como priora; Paula de San Antonio, en calidad de tornera; Ana de San Jacinto, sacristana; y Ángela de San Miguel, maestra de novicias. Las acompañaban dos beneméritos sacerdotes: D. Lázaro Galiano Pina, capellán-fundador del convento de Almansa, comisionado al efecto por el Gobernador Eclesiástico Dr. Mendieta, y el Dr. D. Lázaro Ochoa, confesor de la comunidad, que acababa de ser destinado a Murcia como cura párroco de San Bartolomé. 
Madre Mariana de San Simeón, fundadora.
El viaje había sido accidentado, pues la Madre Mariana, que ya venía enferma, empeoró hasta el punto de que las monjas que la acompañaban se asustaron y, en algún momento, temieron por su vida. Se recuperó pronto; pero, antes de llegar a Murcia, sobrevino un recio temporal que retardó la marcha, las cogió la noche en el camino y hubieron de quedarse en Espinardo. 

Al día siguiente, domingo, entraban en Murcia por la Puerta de Castilla, donde fueron recibidas por el Provisor General del Obispado, autoridades y personas de la nobleza, que las acompañaron hasta la casa de Dña. Luisa Fajardo. La vivienda que iban a ocupar, contigua a la vieja ermita de San Ginés, en la placeta del mismo nombre, aún tardaría en estar mínimamente acondicionada. La toma de posesión no pudo hacerse hasta el 14 de marzo. 
Zona del primitivo monasterio.
Ese día, por la mañana, desde la Parroquia de San Bartolomé, se organizó la procesión del traslado del Santísimo Sacramento hasta la pequeña ermita, y en la casa anexa, propiedad de Dña. Luisa, quedaron las monjas en clausura. Antes de la procesión, la Madre Mariana con sus hijas se acercaron al convento de las Isabelas para recoger a Dña. Juana Fajardo (hermana de Dña. Luisa), monja profesa en dicho convento, que, debidamente autorizada, dejaba esta comunidad para sumarse como novicia al grupo de las Agustinas Descalzas. El incipiente monasterio de Agustinas recibía el nombre de Corpus Christi. 
Entrada actual al monasterio, por calle Agustinas.

Fachada del primitivo monasterio,
calles Santa Cecilia y Agustinas.














La procesión, tal como la describe el P. Carrasco, fue vistosísima, casi como en la misma solemnidad del Corpus Christi: con volteo de campanas y banda de música y colgaduras y adornos en las calles por donde habían de pasar. Precedían las cuatro candidatas, que ese mismo día vestirían el santo hábito de la descalcez, acompañadas por la nobleza de la ciudad y mucha otra gente que no quería perderse aquel curioso y bello espectáculo. Seguían las cuatro monjas agustinas con sus velos caídos sobre el rostro, arropadas por el clero y ambos Cabildos. Cerraba el cortejo el Santísimo Sacramento bajo palio portado por el señor Gobernador Eclesiástico.


Para este acontecimiento, con antelación se dio razón al Cabildo cómo el domingo siguiente se avían de llevar a la Iglesia de San Ginés, donde avían tomado Casa, las Monjas que avían venido a fundar el Monasterio de Descalzas… En un principio, se había pedido que la procesión partiera de la Catedral y que los Señores Capitulares acompañaran con traje coral, cosa que no se vio conveniente, por no equiparar esta solemnidad a la del Corpus, y segundo, por la ausencia del Obispo. Los Capitulares asistieron, pero no corporativamente y sí vestidos con manteo.

Salvo raras excepciones, la fundación de un convento no iba unida a su inmediata construcción, ya que sus primeros miembros pasaban a instalarse en edificios cedidos por particulares. Generalmente tenían que pasar varios años hasta conseguir los medios económicos suficientes para abordar la construcción de la iglesia y dependencias conventuales. Así fue también en el caso que nos ocupa. 



No olvidemos que el párroco de San Bartolomé era, a la sazón, D. Lázaro Ochoa, confesor de la Madre Mariana y gran valedor de la nueva fundación. Esto explicaría que la procesión del traslado partiera de dicha parroquia.

Por la tarde de ese mismo día, 14 de marzo, tuvo lugar la toma de hábito de las cuatro postulantes que habían participado en la procesión de la mañana y que, en ese preciso momento, comenzaban su noviciado: Dña. Luisa Fajardo, que pasó a llamarse Luisa de la Cruz; su hermana Dña. Juana, exclaustrada, con licencia, del convento de las Isabelas, que pasaría a llamarse Juana del Santísimo Sacramento; Dña. Luisa de Santa Cruz, llamada Luisa de Jesús; y, la cuarta, Polonia de San Juan Evangelista. 















Ya estaban, por fin, nuestras monjas en clausura. Pero, a pesar de las promesas y de las previsiones, el estado de la fundación no podía ser más lamentable. Todos los cronistas coinciden en que ni tenían el ajuar necesario ni de donde proveerse aún para lo preciso… sintiendo Madre Mariana no poder regular en aquel mal repartido hospicio la observancia en que debían criarse las novicias, para el aprovechamiento de sus almas. 





Vivían, pues, en una penuria extrema. Y, de nuevo, fueron remediadas por la Comunidad de Almansa. A las pocas semanas, en el mes de abril, escribía la Madre Mariana a la Presidenta de Almansa, Madre Constanza: Madre, el Señor, que es el verdadero pagador, les pague la merced que me han hecho con lo que me han enviado; no sabré decir a Vuestra Reverencia lo que nos han acomodado estos trastos….

Los “trastos” o enseres que les enviaron de Almansa vinieron muy bien a nuestras monjas. Pero, seguía habiendo un problema serio, y es que la casa no reunía condiciones, ni de espacio ni de un mínimo acomodo, y muy pronto se vieron en la necesidad de trasladarse a una vivienda más amplia, que ellas irían adaptando poco a poco para la vida de comunidad.

Con la dote de la novicia Luisa de Jesús (dos mil ducados) y otras limosnas que agregó el ya mencionado Dr. Mendieta, Provisor del Obispado, pudieron adquirir unas casas junto a la Puerta de Castilla, y allí se trasladaron el día 29 de junio siguiente, fiesta de San Pedro y San Pablo, tres meses y medio después de la fundación. Se trataba de un sitio muy a propósito junto a la puerta de Castilla. Dando en trueque la casa que tenían pudieron comprar aquel sitio, que era bastante capaz, con algunas casas no muy grandes, pero que juntas hacían la habitación más cómoda para vivir en comunidad, y se podía fabricar cuanto se quisiese en teniendo los caudales necesarios. 

De nuevo ese día, en una devota procesión, ya sin la pompa de la primera, llevaron el Santísimo Sacramento desde la ermita de San Ginés hasta el pequeño Oratorio que habían preparado provisionalmente, hasta que pudieran construir iglesia. 

Fuentes y Ponte señalará más tarde su ubicación con estas palabras: "Este monasterio, en que hay niñas nobles, está frente a la casa de Palacio y huerto del Protonotario Apostólico Don Gil Rodríguez Junterón, la que dicen de Cadena por tenerla en la puerta como si Real Casa fuere, junto a la acequia, más Vista del convento desde calle Sta. Cecilia acá de San Antón".

La dote para las religiosas de coro estuvo fijada, en los primeros tiempos, en 1.500 ducados. La generosidad de la familia de Sor Luisa de Jesús, en el siglo Luisa de Santa Cruz, familia de la élite murciana, agregó otros 500 ducados a lo establecido. 

La acequia (Aljufía) dio nombre a esta calle, que en su tiempo fue una de las más largas e importantes del municipio. Esta acequia era de vital importancia, pues de ella se surtían los aguadores de la ciudad. El “llenador” más conocido era el de la Plaza del Agua, junto al Convento de Agustinas. En 1887, a la muerte de D. Acisclo Díaz Rochel, Director de la Banda de Música de la Casa de la Misericordia, la calle pasó a llamarse como hoy se la conoce, calle de Acisclo Díaz. 

Este segundo y definitivo emplazamiento reportaría a las monjas un gran bien, pues, además de una más amplia edificación que facilitaba la vida de comunidad, ofrecía la posibilidad de anexionar terrenos colindantes para futuras ampliaciones, como así fue; y, sobre todo, les daba resuelto el problema del abastecimiento de agua, pues, no sólo estaban junto a la acequia mayor de Aljufía, es que, además, un brazal, que tomaba sus aguas de la acequia de Caravija, se adentraba en la nueva propiedad de las monjas y la atravesaba, para desembocar después en la misma Aljufía.

Nos encontramos ya en el pontificado del sucesor de D. Francisco Martínez de Cenicero, el obispo D. Francisco González Zárate, conocido como D. Francisco Gamarra, por ser natural de dicho pueblo de Álava. Pontificado efímero donde los haya, pues al año justo de tomar posesión por poderes, y sin pisar tierra murciana, fue trasladado a Ávila. Nada, pues, ni bueno ni malo, se puede decir de este Obispo de Cartagena. 

No acabaron aquí los problemas. Refiere el P. Esteban que “padeció la Comunidad en los principios falta de muchas cosas y de dinero para comprarlas; surgieron muchos pleitos sobre los bienes entregados por la fundadora, gravados de censos y otras deudas, y tales eran las dificultades económicas que el nuevo Prelado, D. Alonso Márquez de Prado (1616-1618), opinaba que las monjas debían desistir de esta fundación y volverse a Almansa”. 

La Madre Mariana no se desalentó ante estas dificultades, sino que confió en el Señor segura de que no habría de desampararla. A instancia del obispo, presentó una memoria exacta del estado de la fundación; hizo ver la injusticia de muchos pleitos, que podrían ganarse con cierta facilidad; demostró que la comunidad podría sustentarse y obtener ganancias con el trabajo manual de las monjas; aseguró que, de momento, podría ser socorrida con dinero prestado por las religiosas de Almansa, a favor de las cuales se constituiría un censo; y, finalmente, que había algunos bienhechores dispuestos a socorrerla. Con estas razones, el obispo se dio por satisfecho y quedó la Madre Mariana muy animada y dispuesta a trabajar, con sus hijas, en el empeño de consolidar la fundación.

Puesta manos a la obra, con gran talento organizativo, dispuso el trabajo de sus monjas como lo había hecho antes en Almansa. Allí, había sido la lana; aquí, será la seda, pues se sabe bien la importancia que entonces revestía para Murcia la cría del gusano de seda y la industria de la sedería. La Madre Mariana llegó a montar en el convento sus propios telares y comenzaron a trabajar la seda tan primorosamente que no daban abasto a los encargos que les hacían, sobre todo en ternos con bordados preciosos de oro y plata. 












Refiere el P. Villerino que nuestras monjas se impusieron en el trabajo del beneficio de la seda, lino y lana con tan singular primor, que dejaron atrás a los mejores oficiales de esto. Ocupaban las manos en la labor, y en el Señor los corazones, tan observantes que ni un punto faltaban a lo que era de su obligación. 


Baquero Almansa, al hablar de la Madre Juana de la Encarnación, dirá más tarde: El convento de Agustinas Descalzas de Murcia, desde su fundación, se ayudó al entretenimiento de la comunidad con labores de tisú y preciosidades de aguja, que llegaron a estimarse mucho; tradición que se mantenía en auge, cuando la M. Juana sobresalió notablemente en tales obras.

Así pues, las monjas trabajaban mucho y bien en los telares de las Agustinas, y de la fuente de ingresos que este trabajo reportó a la comunidad. Así que, no sólo se “entretenían” las monjas con estas labores, sino que este trabajo les reportaba un saludable medio de vida.



La Madre Mariana, con la ayuda del Dr. Ochoa, fue ganando pleitos, pudo pagar sus deudas y dejar el préstamo de las hermanas de Almansa totalmente liquidado. Así, en poco tiempo, puso su convento en orden y sacó a flote a la comunidad. Y ya concluida muy a su satisfacción la Casa, faltaba labrar la Iglesia, pero no había con qué, porque se habían apurado los caudales.
Un hombre providencial sacó de apuros a las monjas:

Había venido por este tiempo a Murcia el señor Inquisidor Don García de Cisneros, Caballero ilustre, que poseía un grueso patrimonio, de no menores talentos que cristianas costumbres, y muy apasionado de las personas amantes de la virtud. Y habiendo venido a su noticia que la Madre emprendía, tan pobre de caudal como rica de confianza, se ofreció a asistirla con todo lo que alcanzasen sus fuerzas, hasta llevar al cabo su deseo. En efecto, la socorrió con algún dinero y la hizo que descuidase del costo de las maderas, que corrían de su cuenta. Esto fue motivo para que otros muchos se alentasen a contribuir con limosnas, de suerte que, en poco tiempo, se vio concluida una iglesia, no soberbia, pero capaz y más que decentemente curiosa.

A comienzos de 1624, la Madre Mariana tendría que ausentarse unos meses de Murcia, pues la comunidad de Almansa la estaba necesitando: había problemas urgentes que solucionar y los ánimos de las monjas andaban por los suelos, pareciendo que todo, en aquella casa, podía irse a pique. El mismo obispo de Cartagena, Fray Antonio Trejo, pidió a Madre Mariana que se trasladara a Almansa para arreglar los asuntos del convento. La Madre levantó de nuevo el espíritu de sus monjas y acabó las obras de la iglesia del convento, de modo que a finales de agosto pudo regresar a Murcia para no ausentarse ya más. Ese año de 1624 la comunidad de Murcia estaba integrada por 17 monjas.

Se ha dicho que esta iglesia, no sobervia, pero capaz y más que decentemente curiosa, se pudo construir con la ayuda del Inquisidor Don García de Ceniceros y muchas otras limosnas. Pero persistía la urgente necesidad de ampliar el convento, ya que la vida de comunidad se veía muy constreñida y requería más espacio. En este tema se pudo contar también con una no pequeña aportación del Ayuntamiento de Murcia. 


El Sr. Don Phelippe de Porres, Corregidor, dijo y propuso a la ciudad que bien le consta de la santidad y recogimiento de las Religiosas Descalzas de la orden de San Agustín del Monasterio que pocos años a se fundó en esta ciudad bajo la invocación de Corpus Christi y cuan justo es que a Religiosas de tan buen ejemplo se les ayude en cuanto fuere posible para que tengan habitación algo acomodada que dejan de tener el día de hoy por la estrechura de casa, y para remediar esta necesidad se trata de comprar algunas casas donde poder ensancharse. La ciudad acordó que de las Resultas se den al dicho Convento doscientos ducados. 



Del obispo Rojas Borja se dice: “este Prelado les labró iglesia y convento”. La primera iglesia se levantó con grandes sacrificios y diversas limosnas, en tiempos de la Madre Mariana. El obispo Rojas Borja amplió el convento y restauró su iglesia. Pero no parece que les hiciera iglesia nueva, pues, como más adelante veremos, cuando en 1707 la iglesia es declarada en estado ruinoso, se dice que es la primitiva iglesia que levantó la Madre Mariana. 



Se afirma, además, del convento que “en breve esperan verle concluido”. De donde se deduce que primero se acabó la obra de la iglesia nueva; después se terminaría la obra del convento. 
Iglesia del Monasterio Corpus Christi.
Foto antigua de archivo.
Iglesia actual.

Y, finalmente, se cita con elogio a la Madre Juana de la Encarnación, pues en esas fechas, en torno a 1729, ya habían saltado a la prensa sus escritos, cuya primera edición tuvo lugar en 1720, y era pública su fama de santidad. 

En otra sección de nuestro blog, trataremos sobre la Madre Juana de la Encarnación más ampliamente.





Grabado antiguo de la Madre Juana de la Encarnación.

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lunes, 24 de junio de 2013

LIBRO DE LA HISTORIA DEL MONASTERIO:

Remitimos a nuestros visitantes, a que adquieran el libro de nuestra Historia y Espiritualidad, desde la fundación hasta nuestros días, escrito por el Rvdo. D. Jesús Belmonte Rubio, actual capellán de nuestro monasterio.
El libro se vende directamente por el torno de nuestro monasterio, al precio de
15 €uros.
También lo pueden pedir por correo electrónico a:
agustinasmurcia@telefonica.net
o llamando al teléfono del monasterio: 968 29 51 89


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